La maldición del asiento vacío

por gustaborracho

Hoy recibí un mail de Angelita Cuadra, una chica preciosa que conocí mientras viajaba de Barcelona a Madrid el año pasado. Por lo general tengo mala suerte con las personas que se sientan junto a mi en los aviones y autobuses, no sé por qué, pero me caen terrible y su comportamiento sólo empeora las cosas. Justo ahora me puse a recordar y rápidamente puedo nombrar 3 casos muy puntuales:

Barquisimeto – Caracas, en Aeroexpresos Ejecutivos, hace un par de años. Todo marchaba bien, mi asiento estaba vacío y yo me empezaba a poner cómodo cuando hacia mí vienen un par de señoras y un niño de 8 años, más o menos. Las señoras ocupan los asientos de atrás y el niño… Junto a mi, claro. ¡Niño cabrón! No paró de cantar aguinaldos durante todo el recorrido mientras que su mamá y su tía, que estaban en los puestos de atrás, aplaudían cuando terminaba cada canción y lo animaban a entonar otra, sin consideración alguna.

Caracas – Lisboa, en TAP Airlines, en junio del año pasado. Asiento vacío y avión listo para despegar. De pronto, una señora se deja venir por el pasillo, se detiene justo a mi lado, mira el número del asiento y listo, se sienta a mi lado. Era una señora como de 45-50 años, que se durmió y empezó a roncar a un volumen sobrenatural cuando el avión no terminaba de elevarse por completo. Era como una mezcla entre el rugido que hacen los leones de mar mientras se aparean y el ronquido de la gente que se rasca a punta de ron y duerme boca arriba. Sin embargo, lo peor no era eso. A la mujer no le bastaba con hacer los ruidos que hacía sino que además se iba de lado y me ponía la cabeza en el hombro, como hacen las parejas soñadas en esas películas románticas que tanto me empalagan. Pero bueno, la historia sería fina si la protagonista hubiese sido una hermosa una rubia ojos claros, con las mejillas rosadas, descansando silenciosamente sobre mi hombro, pero no, a mi me tocó una cincuentona despeinada, que además de roncar babeaba una toallita que le servía de almohada. Vaya mierda.

Madrid – Barcelona, en autobús, el año pasado. Viajamos Charlie, Geo y yo con la intención de ir a Barcelona para ver a Pearl Jam. Ellos ya habían comprado sus boletos con atenlación, así que pedí pasajes para ese mismo autobús para que viajáramos juntos y compartieramos ese trayecto de 8 largas horas que separan a Madrid del Reino de Gaudí. ¿Qué pasó? No lo se, pero terminé en otro autobús y en lugar de Charlie y Geo estaba una africana gigante, como de 30 años, que olía a cabullita de guindar chorizo. No señor, me quedo corto. Creo que olía como imagino huelen las almohaditas (soportes que van bajo el brazo) de las muletas de los indigentes que andan por ahí en la calle, sin bañarse, durante años. No siendo suficiente, la tipa ocupaba su puesto y la mitad del mío, sin importarle mucho. De hecho, creo que nunca se dió cuenta de que me tuvo allí, olfativamente condenado y físicamente restringido a 3 centímetros cuadrados de asiento (aunque algunos crean que para mi tamaño eso es suficiente, no lo es) durante 8 horas.

Claro, después de todo esto, cuando me tocó regresar a Madrid estaba resignado. Me armé de valor, subí al autobús, ubiqué mi puesto, cerré los ojos, respiré profundo y esperé lo peor. Poco a poco se fue llenando el autobús y mi puesto aún vacío. De pronto, miro hacia el pasillo y ahí viene esta chica delgada, de cabello castaño claro, ojos marrones, una almohada gigante y una sonrisa tremenda.

– Creo que aquel es mi puesto -me dijo sonriendo-

– ¿Qué? ¿Este puesto? ¿Este que está al lado de mí? No puede ser.

– Sí, ese mismo.

– ¿En serio? -pregunté de nuevo, mientras la olfateaba y enfocaba en busca de la verdad-

– Sí, ese. ¿Me dejas pasar?

– Claro que te dejo, es más, te lo exijo.

Y así conocí a la mejor compañera de viaje que he tenido. Ángela, una chica genial, que no sólo huele bien y es linda, sino que además es artista y tiene unos gustos musicales como pocos. Recuerdo que esa noche que viajamos, intercambiamos iPods y cada quién escuchó la música del otro, mientras nos hacíamos recomendaciones de discos y cosas así. Genial.

Pues bien, hoy, luego de unos cuantos meses, he recibido un mail de Ángela en el que me ha puesto al día de sus cosas y además, me ha hecho llegar el link a su website: SurvivalProject. Échenle un vistazo, porque hay cosas súper interesantes. Citaré el intro del website, para que se hagan una idea:

En el proyecto Survival trabajamos fundamentalmente con la propaganda-publicidad del miedo que hubo en los primeros años de la guerra fría. En nuestros días perdura esta transmisión global del terror, de forma más sutil pero igualmente efectiva. Solo tenemos que ver las noticias para comprobar que la fascinación por los accidentes, las tragedias de grandes dimensiones y la estetización del horror continúan teniendo una vigencia aplastante como forma de control social.

Nos interesa el tamiz que ejerce el tiempo en la historia, lo que se va olvidando y lo que perdura. La memoria tiene mucho que ver con todo esto. Estamos tan absortos en nuestro presente que no nos damos cuenta que la historia se repite.

Me hubiese gustado colgar un video que está en el site de Survival Project, pero el Blogger no me deja, así que sólo les paso el link. No dejen de verlo, que está interesante. Lo que llevan en hombros es una réplica inflable e inofensiva del «Little Boy», la bomba repleta de Uranio que el «Enola Gay» dejó caer sobre Hiroshima el 6 de Agosto de 1945.

En fin, visiten el site y pillen lo que hay. Pendientes.