Julio, te extraño (vol. 3)
Genial, ya estamos en Octubre, sólo me tomó un par de meses escribir 3 miserables posts pero eso es algo a lo que ustedes y yo estamos ya acostumbrados así que sin mucho drama, continúo. Hasta el último post sólo había transcurrido una semana de Julio y ya había recibido una púa de Jimmy Page, conocido a E y visto a los Big 4, todo sin pagar una libra. Eso evidentemente es una ventaja indiscutible pero cuando has sido criado por una familia con buenos principios, ese tipo de privilegios tienen el potencial para convertirse en obstáculos. Me explico mejor. Para aquel momento, Ross me había llevado a conocer a Dave Grohl y conseguido tickets para el show privado de los Foo Fighters en Abril, para el concierto de los Queens Of The Stone Age en Mayo, para las ediciones 2010 y 2011 del Sonisphere y para el show de EELS, con lo cual, cuando recordé que los Foo Figthers tocarían en The Roundhouse (11 de Julio) y The Black Crowes en Shepherds Bush Empire (12-13 de Julio), no tenía cara para pedirle que me llevara con él. Aunque no lo parezca, muy en el fondo tengo algo de vergüenza. Y me arrepiento de tenerla.
Desde que llegué a Londres, esta ha sido la única vez en la que Jimmy se ha subido a tocar en un escenario y yo me lo perdí. Por vergüenza. También dejé pasar ese show en el que Dave Grohl detiene una canción por completo para comandar desde el escenario lo que con toda seguridad ha sido la mejor pateada de culo en público que la historia del rock contemporáneo ha tenido la oportunidad de presenciar en su vida.
(Breve paréntesis: David Eric, quiero que lo sepas, eres el puto amo).
Sigamos. Después de esto, cualquiera podría pensar que la primera semana de Julio no fue más que un golpe de suerte, yo mismo lo pensé en aquel momento, pero a su debido tiempo el destino se encargaría de hacerme ver lo muy equivocado que estaba. Una semana después de la aparición de Jimmy en tarima, un servidor festejaba su trigésimo primer aniversario. Y vaya manera de celebrarlo. A diferencia del año anterior, cuando pasé mi cumpleaños con los únicos 2 amigos que tenía en Londres al llegar, la versión 2011 del asunto fue completamente diferente: los amigos habían crecido en número, la ciudad me era familiar y una sensación de felicidad absoluta correteaba por cada átomo de mi cuerpo como si fuese un pomerania en ácidos.
Tres días después, el High Voltage Festival regresaba a Victoria Park y Ross una vez más se convertía en el héroe del día. Del mes. Del año. DE-LA-VIDA.
Los que leen este blog con frecuencia (¡hola mama!) recordarán que hace unos meses, cuando escribí acerca de mi encuentro con Dave Grohl, cerré aquel post con un ultimátum; una suerte de juramento que el destino me daría la oportunidad de honrar más pronto de lo que esperaba y bajo circunstancias prácticamente inimaginables. Aquel día en Victoria Park, el Universo me puso frente a frente con uno de los héroes de mi adolescencia; un ser mitológico de proporciones extraordinarias cuya grandeza puede resumirse en una sola palabra.
Ese sábado, 23 de julio de 2011, Slash tuvo el gusto de estrechar manos conmigo frente a su camerino. En retrospectiva, veo nuestro encuentro como un regalo de cumpleaños inolvidable. Hablamos muy poco aquel día, de hecho apenas intercambiamos un par de palabras, pero debo admitir que estar frente a este sujeto con sobrero de copa, lentes oscuros, pantalones de cuero y una Les Paul colgada al hombro, aunque haya sido por unos segundos, ha sido de las cosas más surreales que he tenido la oportunidad de vivir. Fue como si 18 años de casettes, cintas de VHS, vinilos, posters, discos compactos, video clips, fotografías, programas de televisión y revistas de rock, de pronto se hubiesen materializado ante mis ojos para dar forma a esta figura legendaria en un proceso similar al que experimentaba el T-1000 cuando se derretía y orgánicamente se reagrupaba para convertirse nuevamente en el policía doppelgänger de Terminator 2. Lo que sucedió aquella tarde en Victoria Park me superó por completo.
Ross hizo una rápida sesión de fotos en el backstage y luego se fue directo al pit mientras que yo caminé hacia un lado del escenario sumergido en una especie de trance del que finalmente logré librarme un par de horas después, cuando escuché el último acorde de “Paradise City”. De vuelta en el camerino, un Slash exhausto recibía una torta de cumpleaños en forma de sombrero de copa que un par de chicas no muy guapas le habían hecho llegar a través de Ross. A estas alturas, cualquiera podría haber pensar que no había mucho más que yo pudiese pedir, después de todo, había estrechado manos con Slash y lo había visto tocar a muy pocos metros de distancia pero ya saben lo que dicen: when you think you know, you have no idea.
Al día siguiente, Ross me invitó a acompañarlo en plan asistente de fotografía al show que Slash dio en Stoke-On-Trent, el pueblo que lo vio nacer. Al parecer, Slash se marchó del lugar cuando tenía 5 años y no había vuelto desde entonces, con lo cual, estaba claro de antemano que el concierto de aquella noche estaría rodeado de una atmósfera bastante nostálgica que lo haría muy especial, tanto que decidieron inmortalizarlo en un DVD que saldrá dentro de unos meses. Esa era la razón por la cual Ross y yo estábamos en Victoria Hall aquel día: nos habían encargado las fotos que terminarán agraciando el empaque de ese lanzamiento cuando finalmente llegue a las tiendas. Ok, ok, se lo encargaron a Ross pero yo soy un team player así que cuando se trata de trabajo, dejo mi ego a un lado y siempre hablo de “nosotros”. Es mi naturaleza.
Llegamos a Stoke alrededor de las 6pm, nos chequeamos en un hotel que estaba invadido por los invitados de una boda indú e inmediatamente tomamos un taxi hacia este pequeño teatro donde habían decido hacer el concierto, sin tiempo de bañarnos para librarnos del olor a curry que gentilmente nos propiciaron los invitados a la boda mientras esperábamos junto a ellos en la recepción. Al entrar al sitio, nos entregaron nuestros pases y decidimos ir a la cocina para comer algo antes del show. Allí estaba Slash, sentado en una pequeña mesa, lentes oscuros y cabello recogido, charlando simpáticamente con Myles Kennedy y una de las cocineras.
Ross y yo nos acercamos a saludar, comimos el típico almuerzo inglés de los domingos, y nos fuimos a echarle un vistazo a la tarima. El Victoria Hall es un lugar relativamente pequeño, con un escenario no muy alto y una acústica bastante decente. El público de aquella noche iba desde niños revoltosos que apenas superarían los 10 años hasta octagenarias tatuadas con cabello blanco hasta la cintura y chalecos de cuero repletos de parches de bandas de heavy metal, pasando por adolescentes sensibles con uñas negras, adultos con cara de jugar Farmville, quinceañeras en minifalda que con toda seguridad han venido teniendo sexo regularmente desde que tienen memoria, los típicos fans de Guns N’ Roses que podrían replicar el bailecito de “Sweet Child Of Mine” a la perfección y varios clones de Slash vistiendo pelucas, lentes oscuros y sombreros de copa, todos juntos haciendo fila a las afueras de este teatro local, luciendo sonrisas enormes y ojos brillantes llenos de ilusión.
Luego de darle una vuelta al teatro y chequear la tarima, Ross tenía claro cómo quería enfrentar el show así que regresamos al backstage, donde habían 2 camerinos claramente identificados: Slash 1 y Slash 2. El primero estaba exclusivamente dedicado a Slash y Myles, el segundo para el resto de los mortales con instrumentos. Las jerarquías en esta banda estaban bastante claras. Ross entró a la habitación principal y segundos más tarde salió acompañado de Slash y su Gibson. Dije Slash y su Gibson. Si usted, querido lector, tiene sangre corriendo por las venas, justo hace 3 segundos su respiración y ritmo cardíaco debió haberse acelerado considerablemente y un fuerte escalofrío debió recorrer su cuerpo de arriba a abajo; esa es la sensación por defecto que genera la escena en cuestión. El puto Slash y su puta Gibson, a menos de un metro de distancia.
Minutos después, en el segundo camerino, Ross contaba historias de Iron Maiden mientras que la banda de Slash escuchaba con atención, casi hipnotizada por anécdotas que cualquier revista de rock moriría por poder imprimir sin miedo a ser perseguidos por una horda de abogados sanguinarios. Pronto la banda de Slash transformaría el camerino en un programa de concursos, donde ellos preguntaban a Ross el lugar de nacimiento de sus estrellas de rock británicas favoritas: ¿Y dónde nació Steve Harris? ¿Y de dónde es Jimmy Page? ¿Y de dónde es que viene Pete Townshend?. Ross respondía sin titubear. A estas alturas, la banda de Slash y yo ya éramos amiguetes, de hecho, me da la impresión de que Bobby Schneck me confundió con alguien más porque todo el rato fue demasiado amigable, en plan de abrazos y «nice to see you, speak soon» al final de la noche. Faltando 20 minutos para el inicio del show, estando ya toda la banda concentrada en el pasillo del backstage listos para salir, se abre la puerta del camerino principal e inmediatamente aparece Slash, guitarra en hombros, calentando como si nada. De nuevo, el puto Slash tocando la guitarra a menos de 20 centímetros de mí. Honestamente, yo dudo que la impresión de los niños de Fátima haya sido más fuerte que la mía en aquel momento porque no sólo estaba Slash frente a mí sino que me sonreía mientras charrasqueaba algunos acordes. Respondí al gesto con una risa nerviosa mientras que una tibia sensación de humedad recorría lentamente mis pantalones de arriba a abajo.
A las 8pm, o a las 9pm -para entonces ya había perdido noción del tiempo- Ross y yo fuimos al pit, las luces del Victoria Hall se apagaron y segundos más tarde los primeros acordes de «Been There Lately» dieron inicio a un festín de riffs impresionante. Por primera vez en mi vida, estar en primera fila era de peleles; esta vez el pit era mío. Y de Ross. Y de los camarógrafos que estaban filmando el concierto. Y de los asistentes de los camarógrafos. Y del staff del concierto. Y de los que hacían crowdsurfing. Para ser sinceros, a duras penas podía moverme pero estar en ese pasillo con Slash al frente y Ross a un lado fue alucinante. Para poner las cosas en perspectiva: por una parte, allí estaba el guitarrista de Guns N’ Roses, dueño de uno de los sonidos más característicos del rock, tocando a unos pocos metros de distancia; por la otra, a mi lado, uno de los fotógrafos más legendarios que el rock haya tenido la dicha de tener a su disposición, responsable de moldear la identidad visual de bandas clásicas como Iron Maiden y Metallica. Allí estaban los dos, uno frente al otro en una suerte de duelo amistoso, y yo muy tranquilo con un bolso lleno de lentes Nikon, viéndolo todo en 3D surround dolby digital.
Lo sé, no soy digno. O tal vez sí. Francamente, yo soy muy buena persona así que a la mierda la humildad, lo de aquel día en Stoke-On-Trent fue sólo un recordatorio del estilo de vida que merezco, sobre todo porque estando en el pit nadie me tapó y finalmente supe lo que se siente VER un concierto. Cerca, sin ninguna espalda de por medio, así:
Ahora, desde el punto de vista de la chusma:
Lo de «Paradise City» fue una brutalidad, ya les digo. El primer video lo grabé como pude mientras sostenía una de las cámaras de Ross y un lente que debe pesar lo mismo que la baterista de Kid Rock, con lo cual se entiende que el resultado final deje tanto que desear, pero aún así me parece que ilustra bien el punto: este ha sido de los mejores shows de mi vida. A esa distancia vi todo el concierto, incluyendo el solo de «The Godfather», que Slash muy amablemente se tomó la molestia de ejecutar en el punto de la tarima que estaba más cerca de mí. Ahora bien, cada vez que hablo de esto, siempre surge la misma pregunta:
¿Y no te tomaste una foto con Slash?
Pues no. Desde que este tipo de cosas me pasan (es decir, desde que me mudé a Londres y ando con Ross), he tenido que acostumbrarme a dejar pasar lo que parecen ser oportunidades irrepetibles. ¿Y saben qué? He descubierto que puedo vivir con ello. No voy a decir que las fotos no me hacen ilusión y la verdad es que me encantaría tener alguna de aquel día pero por otra parte, no ir desenfrenadamente detrás de ellas es lo que al fin y al cabo me termina colocando en medio de situaciones como éstas. En algún otro momento veré a Slash, así como volví a ver a Jimmy 3 veces después de la vez que nos presentaron en Earls Court. En algúna otra ocasión Slash y yo nos encontraremos de nuevo y hablaremos de aquel show en Stoke y tal vez terminemos tomándonos alguna foto. De momento, cuando me veo en medio de encuentros como estos, recuerdo claramente las palabras de John McCrea durante el show de Cake en The Troxy a principios de año:
«Olvídense de las fotos, olvídense de Facebook; dejen a un lado las cámaras y los teléfonos, no tienen nada que demostrarle a nadie. Ustedes saben que están aquí, yo sé que están aquí. Eso es lo único que importa».
¿Quién soy yo para discutirle?