156 a.k.a. Damage Control

Ser más alto sería tener demasiada ventaja

Julio, te extraño (vol. 3)

Genial, ya estamos en Octubre, sólo me tomó un par de meses escribir 3 miserables posts pero eso es algo a lo que ustedes y yo estamos ya acostumbrados así que sin mucho drama, continúo. Hasta el último post sólo había transcurrido una semana de Julio y ya había recibido una púa de Jimmy Page, conocido a E y visto a los Big 4, todo sin pagar una libra. Eso evidentemente es una ventaja indiscutible pero cuando has sido criado por una familia con buenos principios, ese tipo de privilegios tienen el potencial para convertirse en obstáculos. Me explico mejor.  Para aquel momento, Ross me había llevado a conocer a Dave Grohl y conseguido tickets para el show privado de los Foo Fighters en Abril, para el concierto de los Queens Of The Stone Age en Mayo, para las ediciones 2010 y 2011 del Sonisphere y para el show de EELS, con lo cual, cuando recordé que los Foo Figthers tocarían en The Roundhouse (11 de Julio) y The Black Crowes en Shepherds Bush Empire (12-13 de Julio), no tenía cara para pedirle que me llevara con él. Aunque no lo parezca, muy en el fondo tengo algo de vergüenza. Y me arrepiento de tenerla.


Desde que llegué a Londres, esta ha sido la única vez en la que Jimmy se ha subido a tocar en un escenario y yo me lo perdí. Por vergüenza. También dejé pasar ese show en el que Dave Grohl detiene una canción por completo para comandar desde el escenario lo que con toda seguridad ha sido la mejor pateada de culo en público que la historia del rock contemporáneo ha tenido la oportunidad de presenciar en su vida.

(Breve paréntesis: David Eric, quiero que lo sepas, eres el puto amo).

Sigamos. Después de esto, cualquiera podría pensar que la primera semana de Julio no fue más que un golpe de suerte, yo mismo lo pensé en aquel momento, pero a su debido tiempo el destino se encargaría de hacerme ver lo muy equivocado que estaba. Una semana después de la aparición de Jimmy en tarima, un servidor festejaba su trigésimo primer aniversario. Y vaya manera de celebrarlo. A diferencia del año anterior, cuando pasé mi cumpleaños con los únicos 2 amigos que tenía en Londres al llegar, la versión 2011 del asunto fue completamente diferente: los amigos habían crecido en número, la ciudad me era familiar y una sensación de felicidad absoluta correteaba por cada átomo de mi cuerpo como si fuese un pomerania en ácidos.

Tres días después, el High Voltage Festival regresaba a Victoria Park y Ross una vez más se convertía en el héroe del día. Del mes. Del año. DE-LA-VIDA.

Los que leen este blog con frecuencia (¡hola mama!) recordarán que hace unos meses, cuando escribí acerca de mi encuentro con Dave Grohl, cerré aquel post con un ultimátum; una suerte de juramento que el destino me daría la oportunidad de honrar más pronto de lo que esperaba y bajo circunstancias prácticamente inimaginables. Aquel día en Victoria Park, el Universo me puso frente a frente con uno de los héroes de mi adolescencia; un ser mitológico de proporciones extraordinarias cuya grandeza puede resumirse en una sola palabra.

Ese sábado, 23 de julio de 2011, Slash tuvo el gusto de estrechar manos conmigo frente a su camerino. En retrospectiva, veo nuestro encuentro como un regalo de cumpleaños inolvidable. Hablamos muy poco aquel día, de hecho apenas intercambiamos un par de palabras, pero debo admitir que estar frente a este sujeto con sobrero de copa, lentes oscuros, pantalones de cuero y una Les Paul colgada al hombro, aunque haya sido por unos segundos, ha sido de las cosas más surreales que he tenido la oportunidad de vivir. Fue como si 18 años de casettes, cintas de VHS, vinilos, posters, discos compactos, video clips, fotografías, programas de televisión y revistas de rock, de pronto se hubiesen materializado ante mis ojos para dar forma a esta figura legendaria en un proceso similar al que experimentaba el T-1000 cuando se derretía y orgánicamente se reagrupaba para convertirse nuevamente en el policía doppelgänger de Terminator 2. Lo que sucedió aquella tarde en Victoria Park me superó por completo.

Ross hizo una rápida sesión de fotos en el backstage y luego se fue directo al pit mientras que yo caminé hacia un lado del escenario sumergido en una especie de trance del que finalmente logré librarme un par de horas después, cuando escuché el último acorde de “Paradise City”.  De vuelta en el camerino, un Slash exhausto recibía una torta de cumpleaños en forma de sombrero de copa que un par de chicas no muy guapas le habían hecho llegar a través de Ross. A estas alturas, cualquiera podría haber pensar que no había mucho más que yo pudiese pedir, después de todo, había estrechado manos con Slash y lo había visto tocar a muy pocos metros de distancia pero ya saben lo que dicen: when you think you know, you have no idea.

Al día siguiente, Ross me invitó a acompañarlo en plan asistente de fotografía al show que Slash dio en Stoke-On-Trent, el pueblo que lo vio nacer. Al parecer, Slash se marchó del lugar cuando tenía 5 años y no había vuelto desde entonces, con lo cual, estaba claro de antemano que el concierto de aquella noche estaría rodeado de una atmósfera bastante nostálgica que lo haría muy especial, tanto que decidieron inmortalizarlo en un DVD que saldrá dentro de unos meses. Esa era la razón por la cual Ross y yo estábamos en Victoria Hall aquel día: nos habían encargado las fotos que terminarán agraciando el empaque de ese lanzamiento cuando finalmente llegue a las tiendas. Ok, ok, se lo encargaron a Ross pero yo soy un team player así que cuando se trata de trabajo, dejo mi ego a un lado y siempre hablo de “nosotros”. Es mi naturaleza.

Llegamos a Stoke alrededor de las 6pm, nos chequeamos en un hotel que estaba invadido por los invitados de una boda indú e inmediatamente tomamos un taxi hacia este pequeño teatro donde habían decido hacer el concierto, sin tiempo de bañarnos para librarnos del olor a curry que gentilmente nos propiciaron los invitados a la boda mientras esperábamos junto a ellos en la recepción. Al entrar al sitio, nos entregaron nuestros pases y decidimos ir a la cocina para comer algo antes del show. Allí estaba Slash, sentado en una pequeña mesa, lentes oscuros y cabello recogido, charlando simpáticamente con Myles Kennedy y una de las cocineras.

Ross y yo nos acercamos a saludar, comimos el típico almuerzo inglés de los domingos, y nos fuimos a echarle un vistazo a la tarima. El Victoria Hall es un lugar relativamente pequeño, con un escenario no muy alto y una acústica bastante decente. El público de aquella noche iba desde niños revoltosos que apenas superarían los 10 años hasta octagenarias tatuadas con cabello blanco hasta la cintura y chalecos de cuero repletos de parches de bandas de heavy metal, pasando por adolescentes sensibles con uñas negras, adultos con cara de jugar Farmville, quinceañeras en minifalda que con toda seguridad han venido teniendo sexo regularmente desde que tienen memoria, los típicos fans de Guns N’ Roses que podrían replicar el bailecito de “Sweet Child Of Mine” a la perfección y varios clones de Slash vistiendo pelucas, lentes oscuros y sombreros de copa, todos juntos haciendo fila a las afueras de este teatro local, luciendo sonrisas enormes y ojos brillantes llenos de ilusión.

Luego de darle una vuelta al teatro y chequear la tarima, Ross tenía claro cómo quería enfrentar el show así que regresamos al backstage, donde habían 2 camerinos claramente identificados: Slash 1 y Slash 2. El primero estaba exclusivamente dedicado a Slash y Myles, el segundo para el resto de los mortales con instrumentos. Las jerarquías en esta banda estaban bastante claras. Ross entró a la habitación principal y segundos más tarde salió acompañado de Slash y su Gibson. Dije Slash y su Gibson. Si usted, querido lector, tiene sangre corriendo por las venas, justo hace 3 segundos su respiración y ritmo cardíaco debió haberse acelerado considerablemente y un fuerte escalofrío debió recorrer su cuerpo de arriba a abajo; esa es la sensación por defecto que genera la escena en cuestión. El puto Slash y su puta Gibson, a menos de un metro de distancia.

Minutos después, en el segundo camerino, Ross contaba historias de Iron Maiden mientras que la banda de Slash escuchaba con atención, casi hipnotizada por anécdotas que cualquier revista de rock moriría por poder imprimir sin miedo a ser perseguidos por una horda de abogados sanguinarios. Pronto la banda de Slash transformaría el camerino en un programa de concursos, donde ellos preguntaban a Ross el lugar de nacimiento de sus estrellas de rock británicas favoritas: ¿Y dónde nació Steve Harris? ¿Y de dónde es Jimmy Page? ¿Y de dónde es que viene Pete Townshend?. Ross respondía sin titubear. A estas alturas, la banda de Slash y yo ya éramos amiguetes, de hecho, me da la impresión de que Bobby Schneck me confundió con alguien más porque todo el rato fue demasiado amigable, en plan de abrazos y «nice to see you, speak soon» al final de la noche. Faltando 20 minutos para el inicio del show, estando ya toda la banda concentrada en el pasillo del backstage listos para salir, se abre la puerta del camerino principal e inmediatamente aparece Slash, guitarra en hombros, calentando como si nada. De nuevo, el puto Slash tocando la guitarra a menos de 20 centímetros de mí. Honestamente, yo dudo que la impresión de los niños de Fátima haya sido más fuerte que la mía en aquel momento porque no sólo estaba Slash frente a mí sino que me sonreía mientras charrasqueaba algunos acordes. Respondí al gesto con una risa nerviosa mientras que una tibia sensación de humedad recorría lentamente mis pantalones de arriba a abajo.

A las 8pm, o a las 9pm -para entonces ya había perdido noción del tiempo- Ross y yo fuimos al pit, las luces del Victoria Hall se apagaron y segundos más tarde los primeros acordes de «Been There Lately» dieron inicio a un festín de riffs impresionante. Por primera vez en mi vida, estar en primera fila era de peleles; esta vez el pit era mío. Y de Ross. Y de los camarógrafos que estaban filmando el concierto. Y de los asistentes de los camarógrafos. Y del staff del concierto. Y de los que hacían crowdsurfing. Para ser sinceros, a duras penas podía moverme pero estar en ese pasillo con Slash al frente y Ross a un lado fue alucinante. Para poner las cosas en perspectiva: por una parte, allí estaba el guitarrista de Guns N’ Roses, dueño de uno de los sonidos más característicos del rock, tocando a unos pocos metros de distancia; por la otra, a mi lado, uno de los fotógrafos más legendarios que el rock haya tenido la dicha de tener a su disposición, responsable de moldear la identidad visual de bandas clásicas como Iron Maiden y Metallica. Allí estaban los dos, uno frente al otro en una suerte de duelo amistoso, y yo muy tranquilo con un bolso lleno de lentes Nikon, viéndolo todo en 3D surround dolby digital.

Lo sé, no soy digno. O tal vez sí. Francamente, yo soy muy buena persona así que a la mierda la humildad, lo de aquel día en Stoke-On-Trent fue sólo un recordatorio del estilo de vida que merezco, sobre todo porque estando en el pit nadie me tapó y finalmente supe lo que se siente VER un concierto. Cerca, sin ninguna espalda de por medio, así:

Ahora, desde el punto de vista de la chusma:

Lo de «Paradise City» fue una brutalidad, ya les digo. El primer video lo grabé como pude mientras sostenía una de las cámaras de Ross y un lente que debe pesar lo mismo que la baterista de Kid Rock, con lo cual se entiende que el resultado final deje tanto que desear, pero aún así me parece que ilustra bien el punto: este ha sido de los mejores shows de mi vida. A esa distancia vi todo el concierto, incluyendo el solo de «The Godfather», que Slash muy amablemente se tomó la molestia de ejecutar en el punto de la tarima que estaba más cerca de mí. Ahora bien, cada vez que hablo de esto, siempre surge la misma pregunta:

¿Y no te tomaste una foto con Slash?

Pues no. Desde que este tipo de cosas me pasan (es decir, desde que me mudé a Londres y ando con Ross), he tenido que acostumbrarme a dejar pasar lo que parecen ser oportunidades irrepetibles. ¿Y saben qué? He descubierto que puedo vivir con ello. No voy a decir que las fotos no me hacen ilusión y la verdad es que me encantaría tener alguna de aquel día pero por otra parte, no ir desenfrenadamente detrás de ellas es lo que al fin y al cabo me termina colocando en medio de situaciones como éstas. En algún otro momento veré a Slash, así como volví a ver a Jimmy 3 veces después de la vez que nos presentaron en Earls Court. En algúna otra ocasión Slash y yo nos encontraremos de nuevo y hablaremos de aquel show en Stoke y tal vez terminemos tomándonos alguna foto. De momento, cuando me veo en medio de encuentros como estos, recuerdo claramente las palabras de John McCrea durante el show de Cake en The Troxy a principios de año:

«Olvídense de las fotos, olvídense de Facebook; dejen a un lado las cámaras y los teléfonos, no tienen nada que demostrarle a nadie. Ustedes saben que están aquí, yo sé que están aquí. Eso es lo único que importa».

¿Quién soy yo para discutirle?

Julio, te extraño (vol. 2)

Acabo de darme cuenta que aún cuando me limite a hablar sólo de Julio, voy a tener que escribir una larga serie de posts si quiero hacerle justicia a todo el asunto. La idea era resumir y resulta que al final esto va a convertirse en una saga que ni yo mismo sé si pueda entregar a tiempo (me he puesto como deadline Julio de 2012) pero tomando en cuenta que hablamos de un documento personal que espero repasar de aquí a unos años, considerando que es mi cybermemoria la que está en juego, la idea de poner por escrito con lujo de detalles los sucesos del pasado mes me resulta, como mínimo, justa y pertinente así que sin más largas, continuemos.

Al día siguiente del show de EELS, tomé un tren hasta la simpática villa de Knebworth para ver a los Big 4 en el Sonisphere. Este fue el primer festival al que fui cuando llegué a Londres hace un año y debo confesar que esa nueva visita inmediatamente disparó una ráfaga de recuerdos brutal, casi en plan timelapse, que me paralizó por unos segundos. Una vez recuperado del ataque de nostalgia, caminé hacia el Apollo Stage para ver a Diamond Head, una de las muchas bandas que inspiró a Metallica a hacer lo que hacen. Desde el principio se sabía que sería un día de tributos (al trash metal, a los viejos héroes, a la perseverancia y a las amistades resucitadas, entre otras cosas) así que estaba muy claro que escucharía «Am I Evil?» al menos dos veces y que al final del set de Metallica, los Big 4 trasladarían el concepto de orgía al mundo del trash metal, pero aún así, traté de mantenerme a raya y no anticipar nada de lo que sabía sucedería esa noche.

Diamond Head estuvo muy bien, con un set corto pero preciso. No soy muy fan y muchas de las canciones no me eran familiares pero de igual manera me hizo ilusión verles tocar. Luego se subió al escenario Anthrax, con Andreas Kisser reemplazando a Scott Ian, lo cual fue una sorpresa (me enteré de la suplencia justo cuando ví a uno en lugar del otro). Ahora mismo no sé si ver a Anthrax bajo esas circunstancias es algo de lo que deba estar orgulloso o arrepentido pero en cualquier caso, fue un gusto haber podido marcar esa casilla luego de tanto tiempo (me los perdí en el Sonisphere del año pasado). El único punto bajo del set fue tener que lidiar con el mega-mullet de Joey Belladona, que ante mis ojos lo hacía lucir como uno de estos ecuatorianos que tocan flauta de pan en las estaciones de Metro de Madrid. Era muy confuso ver semejante estampa cantando «Anti-Social» en lugar de «El Cóndor Pasa».


A mitad de tarde, un Tom Araya muy sonriente se subió al escenario para dirigir a Slayer en uno de los mejores sets del día. Esta vez la banda parecía haberse librado de la anemia que los invadió el año pasado, con Tom haciendo coros decentes y Kerry King incluso caminando de un lado a otro de la tarima (no se le puede pedir mucho más considerando que tiene buena parte de la producción mundial de hierro colgando de la cintura). De hecho, tan bien se la pasaron que al final del show, Tom Araya sacó su iPhone 4 y nos hizo a todos una foto. O un video, la verdad no sabría decir, pero lo cierto es que Slayer demostró que aún pueden patear uno que otro trasero.


Luego vino la única decepción de la noche: Megadeth. Me jode decirlo pero ya no son los mismos, no me divertí mucho viéndolos. Es más, no les presté atención porque a la tercera canción ya me habían perdido. No sabría explicar por qué y si me pongo a pensar en razones, lo más probable es que no consiga ninguna pero el de Megadeth fue un set que terminó convirtiéndose en una oportunidad estupenda para ir al baño y comprar más cerveza. Tanto así, que en lugar de colgar «Sweating Bullets» voy a cederle el puesto a Billy.
[vimeo http://vimeo.com/24524593]
Finalmente, a las nueve y tantas de la noche, llegaba la hora de ver a Metallica por quinta vez. Minutos antes, recuerdo haber predicho vía Twitter el posible opener del set (aposté mis fichas a «Creeping Death» e incluso me animé a decir que incluirían «Hit The Lights» en el setlist) y justo en ese momento, empezaron a sonar las primeras notas de «Ecstasy of Gold». Ansiedad, euforia, sudor, olor corporal y manos en forma de cuernos del diablo, todo junto y multiplicado por cincuenta mil. El más grande de los Big 4 estaba apunto de adueñarse de Knebworth.

Justo en ese momento, inadvertidamente, Lars empezó su camino hacia la redención. El setlist de aquella noche fue sencillamente fantástico aunque Ross, a quién veían cámara en mano al principio del video, diga lo contrario. Esa noche toda la mierda vista en «Some Kind Of Monster», las demandas en contra de los usuarios de Napster, el sonido del redoblante en «St. Anger» y los miles de millones de momentos en los que Lars demostró ser un completo imbécil quedaron neutralizados por la emoción que generaba cada canción autoritariamente impuesta por él en aquella mítica lista.

Aquella noche también descubrí que «Hit The Lights» es un gran opener y que «Creeping Death» tiene potencia suficiente para cerrar cualquier show y dejarlo en una cúspide casi orgásmica. Vale, exagero un poco pero pillan la idea. En cuanto a la orgía de la que hablaba al principio, pues no hay mucho qué decir, todo está documentado en video con audio de mediana calidad que aún así logra ilustrar de manera bastante decente la asombrosa convergencia de 5 bandas legendarias en unos pocos metros cuadrados.


Para el momento en que las últimas notas del set de Metallica terminaban de castigar mis oídos, el reloj de mi teléfono marcaba las 11pm. Traté de salir lo más rápido posible en medio de un ejército de borrachos con pelo largo y barbas frondosas pero entre la euforia y la falta de luz, terminé caminando hacia el lado equivocado del parque y cuando me di cuenta ya prácticamente todo estaba perdido. Treinta minutos de recorrido en la dirección incorrecta, justo el tipo de cosas que uno echa de menos cuando se está en un pueblo a las afueras de Londres, al borde de la medianoche, corriendo el riesgo de perder el último tren de vuelta a casa. Como pude traté de orientarme y luego de preguntar 6 veces, finalmente di con el lugar donde un par de autobuses se turnaban para llevar de vuelta a la estación de trenes a las cientos (quizás miles) de personas que encontraron la salida correcta primero que yo.

En condiciones normales habría ido hasta el final de la fila y habría esperado mi turno pero tenía mucho que perder aquella noche, entre otras cosas el ticket de tren por el que había pagado 15 libras al principio del día. Cuidadosamente bordeé uno de los autobuses y sin dudarlo me colé entre el grupo que desordenadamente intentaba subirse a él. Mis padres me diseñaron especialmente para ejecutar este tipo de operaciones y cuando las circunstancias me ponen a prueba, respondo sin remordimientos. Una vez en la estación, una sonrisa pretenciosa iluminó mi rostro. Me le había colado a por lo menos 600 personas que seguramente no llegarían a tiempo para tomar el último tren a casa. No regrets.

Terminé la noche en el Burger King de King’s Cross con una double cheeseburger en una mano y una Coca Cola fría en la otra.

Era feliz.

Julio, te extraño (vol. 1)

Hace poco cumplí un año viviendo en Londres y para celebrar la ocasión tenía pensado escribir un post retrospectivo en el que planeaba pasearme por los grandes momentos de mis primeros 12 meses de vida en esta ciudad pero, como siempre, la conexión a Internet de alta velocidad complicó todo el asunto. Verán, he descubierto que Internet tiene la capacidad de darme poder y al mismo tiempo dejarme completamente impotente; me permite publicar aquí lo que escribo pero a la vez me pone en el camino millones de otras cosas que al final terminan alejándome del blog. Me pasa como a Keith Richards con la heroína, que por una parte le alimentaba el genio musical y por otra lo ponía en un estado que no lo dejaba grabar.

La buena noticia es que me he convencido de que debo escribir más a menudo este año, documentar con más conciencia mi paso por Londres porque honestamente, estos primeros 12 meses han sido extraordinarios y no he dejado suficientes pruebas de ello. Entrar en detalles implicaría escribir un post gigante que ninguno de ustedes leería así que voy a reducirlo todo a un mes: Julio 2011. Me pongo sentimental de tan sólo tipearlo. Este ha sido con toda seguridad el conjunto de semanas más célebres que he tenido la oportunidad de vivir en mucho tiempo y quizá por eso lamento tanto que tenga nombre de hombre. Siempre que hablo de lo memorable que fue, suena cómo si me estuviera refiriendo a una vieja conquista que precisé en una época de mi vida en la que no era particularmente heterosexual. Eso me jode un poco pero aún así, Julio para mí siempre será inolvidable (¿ya ven?).

Todo empezó el viernes 7 con un show de EELS. Los que me conocen saben que hace 10 años conocí a Ross Halfin en Buenos Aires y que desde entonces nos hemos hecho muy buenos amigos pero dudo haber mencionado antes que una de las bandas por las que Ross y yo sentimos sincera admiración es EELS (las otras son Pantera, Soundgarden y Rage Against The Machine ) así que cuando colgué un video amateur de «Novocaine for The Soul» grabado durante esta gira, casi un mes antes del show en Londres, sin saberlo di comienzo a una serie de eventos extraordinarios que jamás olvidaré.

EELS ya había tocado en Londres el año pasado pero Ross estaba de viaje y yo no conseguí tickets, así que esta era la primera oportunidad que teníamos de ver a una de nuestras bandas favoritas y como Ross conocía a E (lo había fotografiado tiempo atrás – parte de esa sesión por aquí), rápidamente arregló unos pases VIP para verles tocar en Somerset House, un lugar que parece haber sido construido especialmente para EELS. Acordé verme con Ross a las 8pm y hasta donde sabía, sólo éramos él y yo. A las 8:04pm un taxi se estaciona frente a la puerta del lugar y de su interior salen Ross, Peter Makowski y… Jimmy Page.

AYDIOSITODEMIVIDA.

Esta era la cuarta vez que Jimmy y yo nos cruzábamos en un año, lo que arroja un promedio de un encuentro cada tres meses, averaje que no está nada mal si consideramos que estamos hablando de uno de los guitarristas más influyentes de la historia del rock y sus alrededores. Con todo y lo frecuente que son, este tipo de reuniones todavía me emocionan, más aún cuando lo primero que la leyenda en cuestión me dice al verme es «¡Gus, hola mi amigo!». Un estrechón de manos y medio abrazo después, ahí estaba Jimmy Page, entre simpáticas sonrisas y palmaditas esporádicas en la espalda, preguntándome qué tal mis cosas y hablándome de los planes que tenía para su nueva página web, que ya está online pero que para aquel entonces aún se mantenía bastante en secreto, mientras caminábamos hacia el lugar donde el Tour Manager de EELS no estaba esperando con unos brazaletes dorados que luciríamos a lo largo la noche.

Lo siguiente que recuerdo es estar en una esquina del camerino de EELS, viendo a Jimmy intercambiar anécdotas con E, mientras el resto de la banda se paseaba de un lado al otro. Dijimos adiós a E y bajamos al restaurant a por unas hamburguesas. Una vez en la mesa, un Jimmy muy sorprendido nos contó que E le había dicho que hace unos años Pete Townshend le preguntó qué tipo de guitar pick usaba y él le mostró la suya. Al verla, Pete Townshend le dijo a E: «Esa es la misma que usa Jimmy Page». Y en efecto, Jimmy al verla lo confirmó. Se trataba de una Herco Flex 75 de Nylon que Jimmy dijo no haber visto en mucho tiempo. Tan complacido estaba Jimmy con el suceso que sacó de su bolsillo una pequeña libretica y apuntó la anécdota a modo de diario. Minutos más tarde, E le hizo llegar una bolsa repleta de estas púas, la cual Jimmy recibió con verdadero gusto. Durante la sobremesa, Jimmy abrió la bolsita, sacó una púa y se la dió a Pete y luego me miró y me dijo: «Tú no te puedes ir sin la tuya, verdad?» y sonriendo me regaló una a mí también. Esta púa de extraordinario pedigree ahora era mía.

Terminamos de comer y salimos a ver el show. Desde el público. Fue aquí cuando descubrí que si hay algo que  sorprende más que ver a Jimmy Page caminando entre la gente en medio de un concierto, es verlo caminando entre la gente en medio de un concierto MIENTRAS HABLA CONTIGO. Fotos apresuradas, cabezas que se voltean rápidamente al reconocerlo, risas nerviosas, dedos que señalan en su dirección, tímidas reverencias… es emocionante ver el tipo de reacciones que genera este señor cuando se pasea entre los mortales. Toda esa gente aquel día se veía claramente abrumada por su presencia y hacían todo lo que estaba a su alcance para dejar alguna suerte de registro del acontecimiento mientras que yo caminaba a su lado, tranquilo y sin síntomas visibles de asombro, mientras trataba de digerir en silencio el hecho de saberme parte de su pequeño círculo de acompañantes. Fue en ese momento cuando concluí que lo que más me sorprende de todo este asunto no es ver a Jimmy sino darme cuenta de que poco a poco se va haciendo costumbre, que cada vez se va haciendo más frecuente y que cada encuentro se va haciendo más amistoso. El guitarrista de Led Zeppelin se sabe mi nombre, me dice «amigo», una vez me brindó una cerveza y hasta me regaló una púa. Facebook request, I’m waiting for you.

En cuanto a EELS, estuvieron sencillamente extraordinarios. A diferencia de giras anteriores, en esta Mark decidió tocar todas las canciones casi casi cómo están en los discos (acompañados además de una sección de metales) y quiénes conocen la banda saben que esto es un poco inusual. Me perdí las primeras 5 canciones porque decidí quedarme en aquella sobremesa de la que hablaba hace unos instantes pero una vez que estuve frente al escenario, toda mi atención se concentró en la banda. De lo que ví, lo que más recuerdo es la secuencia «Talking ‘Bout Knuckles», «Novocaine for the Soul», «Souljacker Pt. 1», «I Like Birds» y «Beginner’s Luck», la cual me gustaría recrear a continuación pero por alguna razón no hay muchos videos amaeturs de este show en YouTube. Es una pena porque entonces ahora voy a tener que colgar uno de algún otro concierto y eso definitivamente arruina la atmósfera nostálgica del post pero ni modo, qué le vamos a hacer. Cuando no se puede, no se puede.






Ross, Jimmy y Pete se fueron faltando unas cuantas canciones para el final pero yo me quedé hasta escuchar la última nota. Terminé la noche caminando por Southbank, uno de mis lugares favoritos en esta ciudad, con una sensación de felicidad absoluta que se haría recurrente a lo largo de las semanas subsiguientes. El encuentro de aquella noche marcó el principio de lo que ahora recuerdo como el mejor mes de mi vida.

Happiness meets Charles Thatcher

Estoy rodeado de maletas vacías, ropa sucia, ropa limpia mojada que se seca sobre un pequeño tendedero que en cualquier momento se cae, muebles baratos, revistas, papeles, zapatos, cajas, bolsas y decenas de libros. También tengo a mi lado una botella gigante de Evian que compré esta tarde en el supermercado porque estaba muy barata y porque me estoy obligando a tomar agua como hace la mayoría de la gente que conozco. Podría haber tomado del agua que sale por cualquiera de los grifos de la casa pero 2 litros de agua mineral obtenida en los Alpes Franceses a 2200 metros sobre el nivel del mar a cambio de 70 centavos de libra me pareció un negocio justo así que aquí estoy, dándole sorbos mientras tecleo este post, el primero del año, que por cierto estoy escribiendo desde mi nueva casa. En mi nuevo cuarto. Sentado sobre mi nueva cama. Contemplando unas cuantas cosas que conseguí al llegar y de las que necesito deshacerme lo antes posible.

Por eso el desorden del que hablaba al principio. En Diciembre dejé la casa en la que vivía sin tener un lugar claro a donde ir, una decisión que tenía que haberme resultado estúpida desde el principio pero que en aquel momento no me pareció tan descabellada porque me iba tres semanas a España y luego una semana a Croacia, con lo cual la idea de pagar un mes de renta por una habitación que no iba a ocupar tampoco era muy sensata que digamos. Total que pasaron un par de meses y no fue hasta el pasado martes que finalmente pude mudarme a mi nueva vecindad, una en la que John Galliano se divertiría muchísimo: Stamford Hill, la comunidad de judíos jasídicos y yemenitas más grande de toda Europa.

Así es, ahora vivo en un lugar donde todo el mundo viste de negro, lleva sombrero y luce rizos perfectos a ambos lados de la cara. Muchos llevan barba y los más mayores en ocasiones parecen versiones tímidas del viejo psicópata que aparece en el video de Black Hole Sun, pero en general, el lugar no está nada mal. Es tranquilo, tiene buenos bares, un KFC bastante cerca, tiendas curiosas y lo mejor de todo, justo al lado de mi casa hay un supermercado atendido por unos indúes a los que les sabe a mierda el rollo judío, así que venden tocineta, leche normal y el resto de las cosas que uno no esperaría encontrar por aquí. La verdad es que no me quejo.

Por cierto, ya que hablo de Soundgarden, en algún momento le conté a Ross que Down On The Upside era mi disco favorito y el mes pasado cuando le fue a tomar fotos a Chris Cornell Los Angeles, compró una copia del álbum y me la regresó en este estado.

Fuck yeah.

Lo que había transcurrido como un mes despreciable, de pronto empezaba a pintar mejor. La búsqueda de habitación se hacía cada vez más miserable (era como un puto American Idol de las habitaciones en alquiler) y el hecho de no tener un lugar propio para ordenarme me estaba llevando poco a poco a un estado de desesperación con el que espero no encontrarme nunca jamás. A ratos se sentía como aquella escena de Artax y Atreyu en el pantano, con el agravante de que era yo el que estaba a ambos lados de la rienda.

Pero de pronto Chris Cornell escribía mi nombre sobre la portada del mejor disco de Soundgarden y los Foo Fighters anunciaban un concierto en Londres a propósito de los Shockwaves NME Awards, donde por cierto ascendieron oficialmente a Dave Grohl al rango de Godlike Genius, un título con el que yo no podría estar más de acuerdo.

Un par de días antes de la entrega de los premios, los Foo Fighters organizaron una suerte de fiesta privada para mostrar un adelanto del documental que filmaron durante las sesiones de grabación del disco nuevo y entre los invitados estaba Ross, amiguete de Dave Grohl que ha fotografiado a los Foo desde que empezaron. Una cosa llevó a la otra y cuando me di cuenta, estaba en uno de los salones del BAFTA con una cerveza en la mano esperando que los Foo Fighters salieran del screening al que no pudimos entrar por razones de tiempo. Que llegamos tarde, joder. Está muy mal, lo sé, pero la buena noticia es que como todo el mundo estaba viendo la peli, la barra libre estuvo a mi completa disposición por un rato. Siempre me hace mucha ilusión ver tanto alcohol junto sabiendo que es gratis.

Luego de unos 20 minutos, todos los que sí llegaron a tiempo para ver la peli finalmente se unieron al salón donde estábamos Ross, Michelle (su asistente) y yo. Toda esa gente que no conozco lucía bastante contenta, presumo que la barra repleta de cerveza, champaña y vino les causó la misma impresión que a mí. Después aparecieron Dave Grohl y Taylor Hawkins, mucho más animados que el resto de los invitados y yo juntos. En ese momento, Ross decidió ir a saludar al futuro Godlike Genius y ambos parecían genuinamente complacidos de verse. Hablaron por un rato con interrupciones intermitentes de gente que quería fotos o autógrafos de Dave y finalmente, en algún punto de la conversación, llegó el momento más memorable de la noche: Ross toma por el brazo a Dave, se acerca hacia donde estamos Michelle y yo, y nos presenta: «Dave, this is Gustavo, my new slave from Venezuela… and this is Michelle, my new slave from L.A.» a lo que Dave respondió sonriente, mientras estrechaba mi mano: «Hi slave, nice to meet you».

Quinceañera desenfrenada por dentro, treintañero circunspecto por fuera.

Yo mantengo la compostura siempre; si lo hice con Jimmy Page lo podía hacer con Dave Grohl pero no voy a negar que me dio mucho gusto estar allí con uno de los músicos por los que siento profundo respeto y admiración. Admiración en plan «Dave, Marry Me». En fin, hablamos 3 segundos, luego Ross me pidió que les tomara una foto juntos, luego él le tomó un par de fotos a Dave y finalmente nos despedimos. Media hora después decidimos irnos a casa y cuando estábamos a punto de salir, Ross y yo sostuvimos (más o menos) la siguiente conversación:

Me dijo Michelle que quieres una foto con Dave… ¿por qué no me dijiste antes?
Porque no sabía si era prudente hacerlo.
Pues yo no voy a molestarlo otra vez. Ni sé donde está.
No pasa nada, no importa (carita triste).
(suspiro) Búscalo. Si no está hablando con nadie, le digo.

Luego de 5 segundos, conseguimos a Dave hablando con 2 chicas. Ross se acerca, lo toma por el brazo y le dice: «Dave, te importaría tomarte una foto con ellos?» y nos señala a Michelle y a mí. Dave responde con una gran sonrisa en la cara: «¡Ah! ¡Con los esclavos! ¡Por supuesto!»

Nos abraza y a carcajadas nos dice: «Me siento altísimo, creo que me voy a poner de puntillas».

Inmediatamente después, Ross toma la foto.

Happiness meets Charles Thatcher.

No puedo describir de otra forma la cara con la que salgo en esta foto pero es que coño, estoy con Dave Grohl. DAVE-FUCKIN’-GROHL. Muy contento, sí señor.

Luego de la foto, estrechamos manos de nuevo, despedida cordial y nos fuimos. Tres días después los Foo Fighters tocaron en Wembley Arena y al día siguiente, el sábado 26, dieron un show secreto para unas 300 personas en Dingwalls, un bar de Camden Town. Las entradas las pusieron a la venta ese mismo día a mediodía y 30 minutos después no quedaba ninguna. Yo sabía que harían un concierto el sábado (el rumor circulaba por todos lados) pero no tenía claro donde lo harían. Cuando me enteré, ya era muy tarde. Dave había invitado a Ross pero él no sabía si podría conseguirme tickets así que me fui a ver si los encontraba por mi cuenta. Pasé 3 horas frente a la puerta, soportando un frío miserable, viendo si alguien aparecía con una entrada de sobra pero no tuve suerte. Cuando estaba a punto de irme a casa y mandar todo a la mierda, Ross apareció.

Foo Fighters. Concierto secreto. 300 personas. Set de casi 3 horas. GRATIS.

Era aquí cuando tenía que haber hecho reverencias como las de Wayne y Garth cuando Alice Cooper los invita a quedarse en el backstage pero el bar se estaba llenando rápidamente y no había tiempo que perder, tenía que buscar algún escalón estratégicamente ubicado dentro del bar que me permitiese ver lo que ahora es conocido dentro de mi cabeza y sus alrededores como uno de los mejores conciertos de mi vida.

Grabé unos cuantos videos y tomé varias fotos, todo con la cámara del iPhone 3GS, lo que quiere decir que nada de lo que tengo vale la pena colgarlo aquí. Por suerte al concierto asistieron personas con cámaras de verdad, que graban videos donde se escucha la música y se ven claramente los sujetos, así que tomaré prestados unos cuantos para ilustrar algunos aspectos del show.

El lugar

Un bar relativamente amplio pero bar al fin. Con esto quiero decir que todo se escuchaba extraordinariamente fuerte (pero bastante claro) y la gente podía estar muy cerca de la tarima. Y cuando digo cerca, quiero decir ASÍ DE CERCA.

El setlist

Todo el disco nuevo, de principio a fin y prácticamente sin pausas entre canciones. Obviamente estos estrenos tienen sus altibajos, en este caso, que nadie se sabía las letras de las canciones y aunque había euforia, estuvo algo reprimida durante la primera parte del show. Justo cuando terminaron de tocar la última canción de «Wasting Light», Dave Grohl decretó el inicio de la verdadera fiesta con esto…

Brutal. En algún punto del concierto decidieron improvisar y terminaron tocando algo que sonaba muy familiar. Dave Grohl dijo: «That sounds like fuckin’ Eye Of The Tiger, dude, don’t do that… Fuckin’ Green Day do Eye Of The Tiger, we don’t do that». Muy gracioso. Inmediatamente después Chris Chiflett empezó a tocar el intro de «Breaking The Law», a lo que Dave respondió: «Oh, coz Halfin is here, of course… you have to play fuckin’ heavy metal for the old guys» y casi al final de set Dave le dedicó a Ross una versión de «Young Man Blues» que estuvo de puta madre. Puede que esté equivocado pero me da la impresión de que estos dos se la llevan bastante bien.

El show

Increíble. Un set de casi 3 horas en bar para 300 personas, nada mal para ser la primera vez que veía a los Foo Fighters. Yo sabía que era un show especial, los que estaban allí sabían que era un show especial, Dave sabía que era un show especial.

Jimmy Page: check
Dave Grohl: check
Slash: PENDIENTE (si pudiera hacer que estas letras cambiaran de colores y titilaran, lo haría)

La memoria de los correos-e

Mi primera cuenta de correo electrónico la abrí al menos hace 15 años. Me apunté en Hotmail con una dirección súper teenager que usé por muchos años pero que poco a poco fue quedando relegada a medida que otras ofertas aparentemente más prácticas y modernas empezaron a surgir, como la de Yahoo!, servicio al que me apunté replicando el nombre de usuario de mi cuenta de Hotmail. El mismo login y el mismo password, así de sencillas eran las cosas en aquel tiempo.

Tenía entonces 2 direcciones de correo electrónico que alternaba dependiendo del tipo de cosas en Internet a las cuáles las tuviera asociadas. Por ejemplo, chequeaba mi cuenta de Hotmail para ver mensajes que me llegaban de hi5 (da muchísima vergüenza hablar del asunto así que por favor, no hagamos de esto un escándalo)  y revisaba la de Yahoo! cuando estaba a la espera de alguna notificación de CADIVI (siglas que sólo tendrán sentido para los venezolanos. Amigos extranjeros, la historia es muy larga y absurda como para contarla; además, no se pierden de nada), con lo cual ambas direcciones se mantuvieron relativamente activas durante un buen tiempo. Luego llegó Gmail y fue entonces cuando todo cambió drásticamente: nunca más usé Hotmail  y la cuenta de Yahoo! quedó prácticamente destinada para recibir correos del Gobierno en los que me informaban si me habían aprobado o no los dólares que cada tanto tiempo les pedía.

Sin embargo, nunca hice un anuncio oficial. La gente a la que solía escribirle desde Hotmail o Yahoo! sencillamente dejó de recibir correos desde esas direcciones y empezó a recibir mensajes con el sello de Google. Con el tiempo, supongo que todo el mundo se fue acostumbrando al cambio pero desafortunadamente, como pude comprobar la semana pasada, la mayoría de estos servicios de e-mail no sólo memorizan todas las direcciones de correo asociadas a cada remitente sino que las muestran como alternativas cuando el usuario decide redactar un mensaje. Por ejemplo, si la misma persona me ha escrito en algún momento desde direcciones de correo diferentes, cuando yo decida enviarle un e-mail y empiece a tipear su nombre en la casilla del destinatario, automáticamente el sistema me mostrará las direcciones de correo asociadas a ese nombre y yo tendré que seleccionar cuidadosamente para enviar mi comunicación a la cuenta correcta.

Ahora bien, ¿por qué en pleno año 2010 yo estoy haciendo un repaso de la dinámica básica bajo la cual opera una herramienta que empezó a utilizarse en 1965? ¿A donde quiero llegar con todo esto? ¿Cuál es mi punto?

¡PUES MI MALDITO PUNTO ES QUE LA MEMORIA DE LOS CORREOS ELECTRÓNICOS ES UNA GRANDISIMA MIERDA!

Así es, esa habilidad que tienen los servicios de e-mail de almacenar todas las direcciones de correo vinculadas a una misma persona es una putada y les explicaré por qué. Hace unas semanas me enteré que Elms Lesters Paintings estaría exhibiendo buena parte de las fotografías que Jimmy Page pasó 2 años eligiendo cuidadosamente para finalmente recopilarlas en un libro autobiográfico lujosísimo del cual se editaron tan sólo 2500 ejemplares, producidos y firmados por el mismísimo James Patrick Page, todo esto para promover el lanzamiento del libro, que por cierto cuesta muchísimo más que un mes de renta en el lugar donde estoy viviendo.

La cuestión es que cómo no tenía muy claro si era un evento privado o una muestra abierta al público, le mandé un e-mail a Ross (que es muy buen amigo de Jimmy) y le pregunté si sabía algo al respecto pero no me contestó. Asumí entonces que no sólo era una reunión privada sino que posiblemente hasta había sido un error preguntar; pensé que tal vez Ross había tomado mi mail como una imprudente insinuación para que me invitara a un evento que estaba bastante fuera de mi liga o algo así. Vamos, me lié y decidí no preguntar más por el asunto.

La fiesta de lanzamiento pasó, Ross se fue a Australia con Metallica y yo me olvidé por completo del tema…. hasta el jueves pasado. Como estaba esperando noticias de CADIVI, decidí chequear mi cuenta de Yahoo! y lo primero que veo en la bandeja de entrada es esto:

Nudo en la garganta y un silencio ensordecedor. Rápidamente empiezo a hacerme una idea pero una parte de mí decide negarse a creer lo que claramente sugería el titular del mensaje. Hago click casi por inercia y me encuentro con un attachment y esta línea de texto:

You are on the guest list.

Abro el archivo adjunto casi en contra de mi voluntad…

LARECONTRAPUTAQUELAPARIO

A Ross le hicieron llegar la invitación, me la fue a reenviar, el puto correo le dio a elegir entre mi dirección de Yahoo! y la de Gmail y por error la envió a la dirección que nunca chequeo. Y yo me di cuenta una semana después, cuando ya no había nada que hacer más que echarme a llorar en posición fetal dentro de la bañera, que es precisamente lo que he hecho desde entonces.

Cuando me lleno de fuerzas suficientes como para sobreponerme a este revés, salgo a la calle para distraerme. El sábado fue uno de esos días. Me acordé que había una feria de discos en Olympia y decidí ir a curiosear aún cuando no colecciono viniles ni tengo dinero para comprarlos. Llegué y el lugar estaba repleto de señores mayores con pelo largo vendiendo discos de acetato rarísimos, posters de colección, camisetas vintage, boxsets, you name it. Decido dar una vuelta y no habiendo caminado 15 metros, me consigo a Jimmy comprándole afiches a un amigo de Ross que conocí hace unas semanas y que se dedica a vender discos y posters de colección. Jimmy me mira, me reconoce y me saluda con entusiasmo. No me lo creo. Hablamos por unos minutos, incluso bromeamos (Jimmy estaba dentro del stand, del lado del vendedor, así que jugó al mercader por unos segundos ofreciéndome discos que supuestamente eran de su colección personal) y nos despedimos como se despiden un par de amigos que están seguros de que se volverán a ver pronto, una sensación que sigo encontrando rarísima. Es decir, ahí estaba yo con Jimmy Page otra vez y aunque la impresión es siempre la misma (gigantesca), cada acercamiento empieza a sentirse cada vez más normal y eso por alguna razón me resulta mucho más emocionante que el mismísimo encuentro.  No sé cómo llegué a este punto pero ya les digo, estoy muy contento.

Por cierto, hablando de alegrías, el nuevo libro de Ross está a la venta y es INCREÍBLE. Se llama Ultimate Metallica y es una colección de fotos tomadas entre 1985 y 2010, algunas inéditas y otras que al parecer ya habían sido incluidas en sus libros anteriores (uno editado en 1996 y otro en 2006, si no me equivoco). En cualquier caso, quiero dejarles algo bastante claro: este libro va más allá de las fotos, que desde mi punto de vista no son más que recursos extraordinarios para contar una historia que lo es mucho más. Y queda claro desde el principio, con prólogos a cargo de Lars, Peter Mensch (fundador de Q Prime, la empresa de management que ha trabajado con Metallica desde 1984) y Ross, un trío de introducciones que es sencillamente fascinante (una palabra muy muy gay que sólo uso cuando no hay ninguna otra que le haga justicia).

Adicional a eso está el inteligente detalle que tuvo Ross al incluir pequeños comentarios de las sesiones; textos que llevan las fotos que todos hemos visto durante años, a otro nivel. El ejemplo que recuerdo con más gusto está en las primeras páginas del libro: Metallica frente a un Donington Festival hasta el tope, con la tarima repleta de botellas plásticas, papeles y cuanta mierda se puede lanzar sobre un escenario. A primera vista no supe muy bien de qué se trataba y pensé que era anarquía sin más, pero cuando leí las 3 líneas de texto debajo de la foto de James, una sonrisa del tamaño de Rusia se me dibujó en la cara:

«Classic ‘Tallica. Look at all the debris on the stage. And I love the fact that you can see all this crap, this rubbish, everywhere. Remember, they were opening for Bon Jovi»

TOMA YA. Toda esa basura, toda esa mierda viene de un grupo de adolescentes glam que esperaban ver a Bon Jovi y se han conseguido con estos 4 tipos metiéndoles una patada en la boca. Los pone inmediatamente en un pedestal y te hace sentir orgulloso de ser fan de Metallica. En fin, es un gran libro que he disfrutado mucho. Además, me lo regaló The Master himself, con dedicatoria y demás.

Muy bien, ya son las 10pm, hora en la que religiosamente voy a la cocina en busca de un bowl de cereal con leche para regresar a mi laptop segundos más tarde y engullirme al menos 3 ó 4 capítulos de la serie secreta.

Me voy, el deber llama.

Back to school

Me estoy congelando. El invierno aún no llega oficialmente a Londres pero mi cuerpo está registrando cada cambio atmosférico con una sensibilidad extraordinaria, de hecho, apenas hay 7 grados allá afuera y yo estoy en mi cuarto con las ventanas cerradas, 3 capas de ropa encima y una cobija de refuerzo que llevo como un manto, al mejor estilo de E.T. Siete putos grados y cada tantos minutos tengo que dejar de teclar para frotarme las manos. Ya les digo, cuando el invierno finalmente esté aquí, no tengo muy claro cómo se supone que voy a vivir.

Por suerte, el riesgo de hipotermia se ve compensado por asuntos como onedotzero_cascade, el proyecto que me mantuvo ocupado desde el pasado 18 de Octubre hasta el jueves de esta semana. onedotzero es una organización con sede en Londres, principalmente interesada en las artes digitales y audiovisuales que exhibe y promueve trabajos innovadores en estas áreas, y que desde hace 13 años viene organizando Adventures in Motion, un festival increíble lleno de screenings, instalaciones y conferencias que se pasean por diferentes aspectos de la animación y las artes digitales+interactivas. También tienen Cascade, un proyecto educacional que sirve de plataforma para que jóvenes creativos con diversas habilidades y backgrounds culturales, colaboren y descubran de que manera sus ideas pueden fusionarse y complementarse para dar forma a algo más grande.

Para ello seleccionan a 40 recién graduados, los dividen en 4 equipos y fijan un brief general que debe ser resuelto en una semana. En nuestro caso, nos pidieron que creáramos algo que reflejara una visión colectiva del futuro utópico.


La primera impresión luego de recibir el brief y ver el tamaño de los grupos fue bastante optimista; me resultaba emocionante pensar junto a otras 9 personas cómo sería nuestro futuro ideal pero debo admitir que a medida que el tiempo fue transcurriendo, esa emoción fue drásticamente reduciéndose, entre otras cosas porque es muy jodido trabajar con tantas personas cuando no existe ningún sentido básico de jerarquía o autoridad. No importaba cuán sencillo e irrelevante era el asunto, siempre resultaba miserablemente difícil llegar a un consenso. Incluso por momentos juro que era como estar de vuelta en el colegio, lidiando con malcriadeces y pataletas, pero más allá de lo complejo del brief, que podía habernos mantenido ocupados al menos por un año más, supongo que ese era precisamente el reto que nos querían imponer: hacer que las cosas funcionaran entre 10 completos desconocidos en menos de 5 días.

De entrada todos teníamos apreciaciones muy dispares en cuanto a nuestra percepción del futuro pero en algo coincidíamos: el asunto pinta mal porque somos unos egoístas de primera clase, siempre lo hemos sido y lo más seguro es que lo sigamos siendo hasta el final de los tiempos. Con eso en mente, luego de millones de desgastantes discusiones y conflictos, llegamos a una idea con la que todos estábamos relativamente conformes: The Anti-Doom Dome, una estructura luminosa con una instalación interactiva que apoyada en el concepto «Selflessness, the way out of doom» (en español sería algo como «el desinterés, lo que nos sacará de la perdición» pero suena terrible), invitaba a las personas a proporcionar energía a través de un sistema de bicicletas estacionarias que a su vez alimentan una semiesfera interactiva en la que un software convertía en tiempo real todos los tweets que incluían la palabra «tomorrow» (en varios idiomas, como una simple representación de las discusiones espontáneas acerca del futuro que se generan todos los días alrededor del mundo – en efecto, una visión colectiva del futuro) en puntos de luz que reaccionaban a los movimientos de las personas que estaban dentro del domo.

Como resulta lógico pensar, sólo presentamos un prototipo bastante básico (ejecutarlo en la vida real sería muy costoso y llevaría su tiempo) pero la idea central era crear una instalación en la que un grupo de personas tuviera que sacrificarse desinteresadamente (en este caso, pedaleando a las afueras del domo) para que otros disfrutaran de algo mucho más divertido y menos exigente (jugar con luces interactivas y demás). El proceso creativo está decumentado en este blog que iniciamos el primer día del proyecto y parte de la impresiones post-presentación final en el BFI como parte del festival de este año se encuentran compiladas aquí.

También aprovecho y cuelgo una recopilación de los tweets resumen que hice durante el proyecto, soy un nostálgico de primera y estoy seguro que dentro de algún tiempo querré vistearlos de nuevo y definitivamente será más fácil hacerlo por aquí que en Twitter.

En retrospectiva, Cascade fue una experiencia extraordinaria con todo y sus puntos de quiebre, no sólo porque fue un proyecto desafiante apoyado por una organización de alto perfil que le suma unos cuantos puntos a mi carpeta sino porque además me puso en contacto con gente muy interesante con la que estaré colaborando pronto y me dio la oportunidad de observar muy de cerca la manera en la que se comporta e interactúa la creatividad en circunstancias apremiantes.

Por otra parte, me resulta muy curioso que el año pasado haya asistido al festival como espectador (este video en el que salgo con cara de estúpido jugando con la instalación que hizo W+K para onedotzero -minuto 1:06- da fe de ello) y este año lo haya hecho como parte importante de la propuesta del evento. Más aún, este es mi primer proyecto en Londres y mentiría si les digo que no me ha hecho (mucha) ilusión.

BE.EME.UVEDOBLE

En aquel momento habrían unos 15 grados, viento y lluvia con matices huracanados e incluso un par de relámpagos escoltados por un estruendo brutal. Estaba casi seguro de haber escuchado través de los altavoces las palabras «aterrizamos» y «Madrid», juntas en la misma frase, pero lo que estaba viendo por la ventanilla empañada del avión no se correspondía con ninguna. Miento, con la primera sí: en ese momento, la sensación que me daba era que luego de 2 horas de vuelo habíamos aterrizado de nuevo en Luton.

Jamás había llegado a Madrid con un clima tan miserable, lo cual era una putada considerando el número de veces que le eché en cara a mis housemates esto de irme de vacaciones a una ciudad donde en otoño hace más calor que en Londres en verano. El mal tiempo duró sólo un par de días, que fueron suficientes para propinarme un resfriado del que a duras penas pude librarme la semana pasada, pero aún así los días en Madrid fueron estupendos. Tanto que no tengo muy claro cómo empezar a documentarlos en este post, lo que me lleva a pensar que tal vez la manera más práctica de hacerlo sea por episodios. Como los de NEXT.



RAFA, 32

– Lleva chorus y flanger en su rack de efectos
– Peregrina todos los años a Mallorca en busca de diversión y fotos de tetas
– Es fan del Red Bull Light, las claritas y «Mujeres Ricas»

A Rafa lo conocí hace 4 años cuando fue a dar clases en Zink!, una escuela de creativos en la que estuve haciendo algún curso de verano, y a decir verdad, nunca lo había visto por más de 15 minutos antes de esta visita. Es lo fascinante del e-mail, o de la tecnología en general. Intercambiábamos correos con relativa frecencia, uno comentaba los posts del otro e incluso como muchos sabrán, Rafa fue el primer invitado de la nueva temporada del GustaPOD (episodio que hace poco superó las 500 descargas, por cierto) pero por alguna razón mis encuentros con este legendario ser humano, por el que siento una admiración y aprecio infinitos, siempre duraban instantes. Eso sí, pocos minutos eran suficientes para que camináramos hacia alguna calle cerca de Sol, nos sentáramos a tomar unas cervezas y de pronto presenciáramos cómo un portal del tiempo se abría frente a nuestros propios ojos. Uno de esos momentos en los que la realidad supera a la Ciencia-Ficción.

En cualquier caso, este año no sólo coincidimos por más de un cuarto de hora sino que además Rafa y su novia Paula tuvieron la amabilidad de recibirme en su casa, que es lo más cercano que he estado a un hotel 5 estrellas en mi vida. Habitación con terraza y sala de ensayo, wifi, Guitar Hero Metallica, variedad de revistas de vanguardia en el baño, espacios cuidadosamente decorados, conveniente ubicación y lo más importante de todo: atendida por sus propios dueños. Y ni hablar de la extraordinaria oferta de entretenimiento para adultos, una de las mejores de la zona. También había cerca una pizzería increíble cuyo nombre no recuerdo (pero le pueden preguntar a Rafa cuando lo vean en la calle) y un bar muy tranquilo que un domingo por la noche de pronto se llenó de gente muy extraña, una de ellas incluso nos pidió que la acompañáramos en una foto y nosotros aceptamos aún cuando no teníamos ni puta idea de quien era. Seguro que ahora mismo Quico, Curro y yo estamos en alguna página tipo VotaMiCuerpo recibiendo ochos y nueves,  y nosotros ni pendientes.

Qué decir, fue una estancia sin puntos bajos. Muchísimas gracias a ambos, fue todo un placer. Y algún día quiero tener una casa como la vuestra.

QUICO, 25

– Su camiseta favorita tiene el dibujo de un iPhone en esteroides donde los íconos de las aplicaciones han sido reemplazados por -wait for it- íconos de Francia
– A los 16 se compró unas converse rojas para parecerse a Eddie Van Halen
– Sus amores platónicos son Sara Carbonero, Raúl González, el flanger y el chorus

A Quico lo conocí antes de conocerle. Lo que acabo de decir bien podría haber salido de la boca de Verónica Velásquez pero a decir verdad, es la mejor manera que consigo para describir la historia entre este gigante del humor lowcost y vuestro humilde servidor. Explicarla me obligará a mencionar el GustaPOD por segunda vez en el mismo post, lo cual seguro malinterpretarán como un autobombo descarado, así que para no hacerlo tan coñazo seré breve: Quico fue la dupla de Curro en el episodio 4, que surgió como consecuencia de la recomendación de Rafa en el episodio 1 (joder, me siento George Lucas cuando hablo del GustaPOD). Lo que quiere decir que antes de conocerle personalmente ya sabía que quería follarse a la vecina del piso 8, que sostenía una guerra territorial con la vecina de la ventana opuesta a la de su casa, que de chico estaba convencido de que las piscinas de los barcos eran agujeros por los que podía colarse un tiburón y como ésas, millones de otras historias que al final de la grabación me hicieron sentir que le conocía desde siempre.

Y la impresión cuando finalmente quedamos para tomar unas cervezas fue exactamente esa. El muy cabrón es un genio.


CURRO, 24

– Sus hobbies son ir de shopping y salir de fiesta
– Jura haber viajado en el tiempo
– Su palabra favorita ahorita mismo es EDECANA

Sin lugar a dudas, el MVP de esta historia. A Curro lo conocí el año pasado luego de uno de los conciertos de Metallica que mencioné en el post anterior. Rafa, Curro, Fran y yo fuimos a un bar cercano al Palacio de los Deportes y si mal no recuerdo, en aquella oportunidad el encuentro duró, como mucho, 20 minutos. La genética es implacable.

Luego surgió lo del GustaPOD (esto ya se salió de control) y de ahí en adelante nos mantuvimos en un contacto bastante regular. Pero aún así, a Curro sólo lo había visto una vez en mi vida y por menos de media hora. ¿Le impidió eso ponerme a la orden su casa para quedarme la mayor parte de mi estadía en Madrid? POR SUPUESTO QUE NO.

Verán, como la desición de viajar a Madrid la tomé en segundos, luego que compré el pasaje y la entrada para EELS no tenía ni idea de dónde iba a dormir cuando estuviese allá. Un par de e-mails después, todo estaba resuelto: me quedaría unos días en casa de los padres de Curro (que me hicieron sentir como si por nuestras venas corriera la misma sangre) y otros en casa de Rafa. Como yo sólo viajo bajo la modalidad de bajo presupuesto, elegí el vuelo de Easyjet que salía las 6:30am (la hora más miserable que había disponible), lo que implicaba llegar a Madrid temprano en la mañana. ¿Le impidió eso a Curro esperarme en el aeropuerto a pesar de los efectos medianamente devastadores de una larga noche de fiesta? EN ABSOLUTO. Nueve de la mañana y ahí estaba.

Unas horas después, luego de comer algo y descansar unos instantes, la inofensiva idea de ver televisión desató lo que rápidamente se convertiría en compromiso ineludible al que asistíamos con ilusión todas las tardes; un ritual que rayaba en lo absurdo: a las 2pm, Curro y yo teníamos que sentarnos a ver episodios de Invasores y Next, uno tras otro.

JO-DER.

No lo sospechaba cuando me senté frente al televisor la primera vez pero esos 60 minutos de programación se transformaron en heroína pura. Explicarlo con palabras no es suficiente, este tipo de cosas hay que verlas…

El capítulo anterior fue uno de nuestros favoritos (gracias a un segmento en particular que por desgracia no aparece en el clip de arriba) pero los 2 episodios que verdaderamente me marcaron para siempre no aparecen por ningún rincón de la Internet. No sabría explicar por qué me divertía tanto ver aquello pero la conclusión a la que llego es que me entretiene muchísimo ver a la gente haciendo el ridículo, mucho más si es a cambio de un par de euros. Eso sencillamente me resulta maravilloso.

Aparte de ver miseria pública de bajo presupuesto en televisión por suscripción, Curro y yo también salíamos de fiesta con una pandilla de la cual no podría hablar en menos de 1 ó 2 posts; no les haría justicia, son todos unos cracks y me hicieron pasar una semana de puta madre. Que lo sepan.

También comí y bebí, mucho. Por alguna razón surgieron muchas invitaciones esta vez… cervezas con Fran, cena con Jan y Magalí, almuerzo con mi prima y su novio, almuerzo con Ángela y su esposo y almuerzo con Nieves, quien me llevó a comer antes de salir de viaje a Rusia. A Nikki la «conocí» el año pasado mientras ella cantaba Respect y yo la miraba a través de una pequeña ventana a 7000 Km de distancia.  El documento en cuestión está colgado en Blip.tv que por alguna razón no se la lleva bien con WordPress, pero por suerte hay una versión más reciente en YouTube que me sirve para darles una idea de mi impresión en aquel momento…

De ahí en adelante, nunca fui el mismo. El amor a primera vista existe.

Justo el día que me encontré con Nikki, vi a EELS en La Riviera, un sitio pequeño con buena acústica y un bar con palmeras casi en plan Miami Vice. Al menos eso recuerdo. Llegué temprano porque no tenía mucho más que hacer, con lo cual terminé en primera fila justo frente al escenario, un detalle que siempre se agradece cuando mides lo que yo mido y tienes ante tus ojos una de las bandas más extraordinarias de nuestros tiempos. Es una pena que los piratas madrileños no se hayan esforzado lo suficiente como para que yo ahora pudiese colgar los videos de la seguidilla Souljacker, Part I + Talkin ‘Bout Knuckles + Mr. E’s Beautiful Blues + I Like Birds + Summertime + Looking Up, que se sintió como uno de esos combos de golpes que se podían hacer en Street Fighter. Afortunadamente, hay al menos un par de videos que sirven para recapitular a medias lo que sucedió aquella noche:

Ahora bien, no todo fue gloria, comida, cerveza, risas, conciertos, españolas en falditas, bombos y platillos, no señor. En Madrid algunas cosas andan muy mal. Y no hablo de la crisis económica, ni del desempleo, ni de las huelgas de trabajadores ni de la cuenta de Twitter de Sergio Rámos ni cualquiera de esas menudeces. Estoy hablando de ESTO:

Han quitado el Dunkin’ Donuts que estaba en Callao y han puesto un Swarovski. PUTAMIERDA.

Juro que por momentos sentí que el mundo se venía abajo cuando salí a la calle en busca de mi desayuno madrileño de siempre (combo 1 – Boston Chocolate y café a 1,90 euros) y me consiguí con una tienda que vende… que vende… no sé ni qué coño vende pero con toda seguridad no son donas rellenas de Nutella.

Es curioso, pero en el preciso instante en que me paré frente al exitinto Dunkin’ Donuts, entendí perfectamente por qué los Jevis de Gran Vía llevan nosecuantos años reuniéndose frente al Bershka, lugar donde solía estar Madrid Rock. Es una mezcla de nostalgia e indignación muy jodida que quizá la próxima vez me lleve a apostarme frente a la tienda con una bandeja de donas en una mano y un vaso gigante de café en la otra.

En cualquier caso, ya debo llevar más de 20 minutos escribiendo este post así que me toca elegir: una segunda cita o salir huyendo con la pasta. De pronto experimento flashbacks en blanco y negro, escucho voces con eco, veo como algunos momentos del pasado se reproducen nuevamente ante mis ojos muy rápidamente.

(segundos de silencio)

Voy a por una segunda cita, con todos, en Diciembre.

Término medio

Llevaba 2 semanas aplazando sin vergüenza alguna el post que justo en este momento vuelvo a retomar y lo hago minutos después de leer las primeras líneas de este otro post, que aún cuando no ha sido directamente dirigido hacia mí, por alguna razón ha tenido un efecto en plan portada del Vulgar Display Of Power, sobre todo la parte de «blogs muertos de asco, hijosdeputa». Se me ha hecho imposible no mirarme en ese espejo. En cualquier caso, lo importante es que estoy aquí, sentado frente a mi computadora, tecleando mientras escucho el Pretty Hate Machine y espero que unas chuletas de cerdo se descongelen para cocinar mi almuerzo. Son las 5:06 pm.

Quizá ya estén listas, iré a echar un vistazo.

(voy a la cocina y las encuentro a medio camino. Han pasado 7 horas desde la última vez que comí y muero de hambre así que en el mismo estado en que las consigo, las echo en un sartén y empiezo a cocinarlas con algunos vegetales. Hago también una ensalada y papas fritas. Una hora y media después, regreso a mi cuarto y me siento de nuevo frente al teclado)

Es curioso pero con la comida congelada me pasa lo mismo que con la comida que a veces recalentaba en el microondas: no tengo paciencia para darle el tiempo que necesita y la mayoría de las veces la pongo al fuego mucho antes de lo que debería. En el caso de la carne congelada, lo normal es que desespere cuando faltan al menos 20 minutos para el deshielo. Lo más grave del asunto es que al final lo que cocino no sabe (tan) mal, con lo cual se crea un círculo vicioso del que dudo pueda salir muy pronto. Vivir solo hace que uno se acostumbre fácilmente a este tipo de cosas.

Por cierto, el lunes se cumplieron 3 meses de mi mudanza a Londres y el balance que hago es que, a pesar del clima de mierda y lo ridículamente costoso que es todo, disfruto mucho vivir en esta ciudad. Me hace ilusión salir de casa, caminar hacia la parada de autobús y saber que en menos de 5 minutos estaré camino al lugar donde voy sin mayores problemas; me agrada toparme con tiendas de antigüedades y pasarme horas detallando cosas que sé de antemano que no compraré pero que me resultan tan curiosas que no me molesta pretender que puedo gastarme cientos de libras en ellas; me gusta caminar por la calle y ver niños en monopatín yendo al colegio o señores mayores paseando en bicicleta a las tantas de la madrugada, todos tranquilos y sin el constante temor que impone vivir en una ciudad brutalmente lacerada por la violencia. Suena cursi y dramático a la vez pero los que me leen en Venezuela saben muy de lo que hablo.

Por otra parte, me jode muchísimo no poder trabajar como lo hace la gente normal. Me explico, a principios de este año el Gobierno Inglés decidió reducir el número de horas semanales que los estudiantes como yo podemos trabajar en el Reino Unido; hicieron una reforma y las llevaron de 20 a 10, es decir, ahora sólo se puede trabajar medio-medio tiempo. Ridículo. No dudo que tengan sus razones y en honor a la verdad, yo acepté venir bajo esas condiciones, pero lo cierto es que la medida no me resulta del todo justa. De cualquier manera, las reglas son las reglas y sinceramente prefiero quedarme aquí. Tarde o temprano algo saldrá y podré empezar a hacer algo de dinero.

Tan convencido estoy, que hace un par de semanas mi optimismo neutralizó cualquier rastro de sensatez y me animó a pagarle a los de Easyjet para que me llevaran a Madrid. Verán, este es uno de los problemas de vivir en Europa: cualquier excusa es suficiente para darle una patada en el culo a la lógica, pillarse en Internet un boleto de avión y en pocas horas aterrizar en cualquiera de los cientos de destinos que las decenas de aerolíneas de bajo presupuesto ponen a completa disposición de los viajeros compulsivos como yo. No estoy muy seguro pero creo que este ha sido uno de los paseos más caprichosos que he hecho en mi vida*, entre otras cosas porque como ya advertí, plata no es precisamente lo que me sobra en estos momentos y estoy seguro que lo que gasté en Madrid me va a hacer mucha falta cuando llegue la hora de pagar la renta este mes. Aún así, no siento el más mínimo remordimiento; este viaje se apunta fácilmente en el Top 3 de mi conteo personal de visitas a Madrid.

La vez anterior, la tercera, incluyó pases VIP para ver -en primera fila- durante 2 noches seguidas a Metallica en el Palacio de los Deportes con mi amigo Fran (uno de los fanáticos más dedicados que conozco) y una tarde de shopping con Ross Halfin en la Calle de la Montera, lo cual da una idea del tipo de cosas a las que esa ciudad me tiene acostumbrado. Esta vez, la excusa fue EELS, una banda a la que desde hace un par de años tenía muchísimas ganas de ver en directo (sentimiento que se potenció luego de leer Things The Grandchildren Should Know). Los pocos que siguen este blog tal vez recordarán que hace un par de meses comenté que vería a EELS en Londres y Madrid pero entre aquel post y éste, ha ocurrido algo extraordinariamente vergonzoso: pusieron a la venta las entradas para el show de Brixton y yo nunca compré la mía.

La cuestión es que en Julio, cuando me enteré que tocarían en Londres, me parecía muy apresurado comprar entradas para un concierto que se haría en Septiembre, más aún estando relativamente justo de dinero, así que decidí esperar a que se hiciera efectiva una transferencia que tenía pendiente en aquel entonces para luego comprar el ticket. El refuerzo llegó pero entonces tenía que buscar un lugar para mudarme, y pagar el depósito y primer mes de renta de la habitación donde estoy viviendo ahora, con lo cual tampoco me parecía prudente gastar dinero en conciertos. Eventualmente llegó la fecha del show en Londres y caí en cuenta que ya no podía darle más largas al asunto así que fui a comprar la entrada y como era de esperarse, no conseguí ninguna. Agotadas por completo.

¿Qué hice yo? Entrar en pánico, por supuesto. Llamé a Fran y le pedí que me comprara una entrada para el show en Madrid, luego me fui a Easyjet.com y compré un boleto ida y vuelta con 9 días de diferencia entre cada trayecto. Ya está, problema resuelto: antes de llegar al aeropuerto y en menos de 10 minutos me gasté 3 veces lo que me habría costado la entrada para el concierto de Londres si la hubiese comprado cuando tenía que hacerlo. Como ven, de trabajo no es de lo único que ando corto en estos días.

El reloj de mi compu marca las 12:45 am. Vaya mierda, se me ha hecho tarde de nuevo. Es uno de los inconvenientes de este déficit de atención tan implacable que sufro, empiezo a escribir algo a las cinco de la tarde y casi 8 horas después aún no lo termino. Hay más, por supuesto, pero de momento se quedan con este post incompleto que no tiene fotos ni videos.

 

(*) Hice memoria y definitivamente hay un viaje aún más caprichoso: fue en Marzo de 2009 y consistió en una visita relámpago a la ciudad de Buenos Aires para ver a Iron Maiden en la primera etapa de la Somewhere Back In Time Tour. Recuerdo que dije en la agencia donde trabajaba en aquel entonces que tenía que atender asuntos personales impostergables en la ciudad donde vivía antes de mudarme a Caracas y a la semana siguiente me fui a la Argentina. Partí un jueves por la noche, hice una escala de 8 HORAS en Sao Paulo y finalmente llegué a mi destino el viernes por la tarde pero no pude librarme de mi maleta hasta bien llegada la noche porque la chica que cordialmente me había invitado a quedarme en su apartamento trabajaba hasta tarde. El sábado fui al concierto (ése donde escupieron a la hija de Steve Harris por tener una banda de mierda y encima aprovecharse de su padre para pegarse una gira en decenas de ciudades donde nadie realmente tenían interés alguno de verla), luego me comí el choripan más asquerosamente grasiento de mi vida, me tomé al menos 3 litros de Quilmes y un helado en Freddo para regresar a Venezuela al día siguiente, temprano por la mañana. Resumen: 22 horas de vuelo y 400$ en 3 días. Toma ya.

Tengan la bondad de mostrarnos las tetas (Pt. 2)

De vuelta al Sonisphere. El segundo día llegué más temprano porque no quería que me pasara con Slayer lo que me pasó con Anthrax así que a la 1pm ya estaba frente al stage principal, justo a a tiempo para ver a Skindred, una banda que no conocía pero que para haber estado envuelta en papel aluminio y liderizada por un tipo con pinta de animador de Plan Vacacional que se rebusca traficando drogas en alguna isla del Caribe, no estuvo tan mal. De hecho, a juzgar por las reacciones del público podría decirse que hicieron su trabajo.

Luego de Skindred llegó uno de los mejores momentos del día: el instante en el que la señorita de la foto se puso a mi lado y decidió pasar las siguientes 7 horas frotándose eufóricamente contra mi cuello, hombros y ocasionalmente… (hip, hip) parte de mi cara. (¡hurra!)

El tipo de situación que me hace sentir que estoy a la altura de las circunstancias.

De ahí en adelante nunca más me moví del sitio, no sólo por las tetas sino porque si observan bien la foto, lo que hace las veces de asiento es en realidad la placa de metal que sirve de base para la baranda que está frente a la tarima; en otras palabras: FRONT-FUCKIN’-ROW. Esto era particularmente emocionante porque se trataba del último día del festival, con Iron Maiden a cargo del final y 50.000 personas eufóricas esperando ver lo que sería la única presentación de la banda en el Reino Unido este año.

Claro, estar en primera fila en la Apollo Stage implicaba perderse lo que pasaba en los otros 4 escenarios del Sonisphere pero ese era un precio que estaba dispuesto a pagar. De hecho, sólo lamento no haber podido ver a Henry Rollins (spoken word) y a Iggy Pop & The Stooges pero qué le vamos a hacer, era una cosa o la otra. Después de Skindred vino Slayer…

No los había visto antes y debo decir que sonaron muy bien, pero de alguna manera el poder parecía no estar ahí por completo. Siguen siendo hardcore, siguen propinando riffs pesados e incluso siguen teniendo la misma actitud de metaleros hijos de puta con los que no quisieras tener que pelear jamás en tu vida, pero aún así les faltó algo. Juventud, posiblemente. Eso sí, «Raining Blood» y «Angel of Death» sonaron increíbles, con todo y que Tom ignoró por completo el grito del principio. Al final del día fue un buen show que la gente supo agradecer con las clásicas manifestaciones de afecto que acompañan este tipo de encuentros.

Luego llegó el turno de ver a Alice In Chains, a quienes por cierto les debía una disculpa por no haberme molestado en escuchar ni una sola canción de «Black Gives Way to Blue» antes del show. La cuestión es que yo tengo una pésima memoria y hasta hace un par de días, sólo 200MB de espacio libre en el disco duro así que entre una cosa y otra nunca me bajé compré el disco y lo pasé a mi compu para escucharlo. Pero eso ya no importa, lo que realmente interesa es que me dejaron claro que William DuVall se siente como en casa, que el nuevo material es bastante digno (sobre todo «Check My Brain») y que Jerry Cantrell es el puto amo.

Hasta aquí, todo bien: estaba en mi primer gran festival inglés, había visto por primera vez a Slayer y Alice In Chains, la vecina seguía arrecostándose a mí sin compasión ni vergüenza alguna y mi quinto directo de Iron Maiden estaba a la vuelta de la esquina pero a medida que el día transcurría, el precio por mantenerme en primera fila aumentaba de forma implacable; el problema ya no era perderme las bandas de los otros escenarios sino verme forzado a ver la que faltaba por tocar en el que estaba frente a mí: Pendulum.

Yo nunca había sentido la necesidad de usar tapones en los oídos estando en un concierto pero ese día en Sonisphere, lo de los tapones era una cuestión de vida o muerte. Recuerdo que la primeras notas del show de Pendulum estuvieron a cargo del cabrón del teclado y fue un tono grave, como el más grave que podría haber salido del bajo de Cliff Burton pero versión Ministry Of Sound multiplicada por mil. Bajo electrónico discotequero A TOPE.

Empeoró la situación el hecho de estar justo frente a las decenas de cornetas que amplificaban el sonido lo suficiente como para que las 50.000 personas que se reunieron en Sonisphere esa noche estuvieran completamente satisfechas con el precio que habían pagado por su entrada. A los pocos minutos, era evidente que habían 2 alternativas: irme hacia atrás y echar a la basura las 4 horas de custodia ininterrumpida de la primera fila (y ni hablar de la vecina) o buscar la manera de suavizar el ruido antes de que la onda expansiva me desintegrara. Opté por la última e improvisé unos taponcitos con una servilleta que la vecina amablemente me hizo llegar (ya ven, además de tetas también tenía corazón) y así aguanté hasta que finalmente alguien del staff del festival me sacó de la miseria en la que estaba.

FELICIDAD ABSOLUTA.

Eventualmente Pendulum terminó su set y la mesa quedó servida para que Iron Maiden me retribuyera con gloria lo que yo había pagado con sangre. Ahora bien, quiénes me conocen saben que no suelo ser muy objetivo cuando hablo de Iron Maiden así que para no aburrir, voy a tratar de hacer un balance honesto del show y así termino con este post de una vez por todas. Allá voy:

– No me gustó el escenario espacial, no me gusta la portada de «The Final Frontier» y «El Dorado» es posiblemente una de las peores canciones del disco, con lo cuál no entiendo por qué decidieron incluirla en el setlist.

– Estuvo genial que hayan decidido tocar canciones de «Brave New World» e incluir además temas de «Dance Of Death» porque nunca ví la gira.

– Adrian Smith está on-fuckin’-fire.

– El único solo de guitarra que Janick sabe tocar es el de «Blood Brothers». Y de qué manera.

– Nicko envejece y a veces se nota pero lo que hace con «Wrathchild» es increíble.

– Deberían cerrar todos los conciertos con «Running Free».

– Doug Hall es un genio.

– Ver a Iron Maiden en suelo inglés es una suerte de ritual. No sé qué es exactamente pero solo el hecho de estar ahí ya es suficientemente memorable.

Y ya está. A pesar de los discos de mierda que han sacado últimamente y esa estúpida fijación que tienen con el rollo progresivo, Iron Maiden sigue siendo una de mis bandas favoritas y verlos en vivo creo que será algo que siempre voy a disfrutar, aún cuando no se note mucho en los reviews que hago. Y es curioso, el mismo día del concierto, cuando fui a su casa a buscar las entradas, Ross Halfin me preguntó (con cierta cara de asco) algo como: ¿Y a ti todavía te gusta Iron Maiden?

Luego de un par de segundos de silencio, le respondí: Nah… ya no tanto.

Lecciones de vida

Hoy se cumplen 2 meses de mi mudanza a Londres y para celebrarlo he decido hacer una lista de las cosas que he aprendido en estos 60 días que he estado por mi cuenta:

  • Los restos de Corn Flakes con leche, luego de varios días, son un tanto difíciles de despegar del plato. Incluso usando una esponja.
  • Las hornillas de las cocinas pueden ser más grandes que las cafeteras que venden en IKEA.
  • No hay un solo tipo de bombillos, hay varios. Uno de ellos en particular tiene un par de pequeños palitos de metal en la base que no se la llevan muy bien con las conexiones de algunas lámparas que venden en IKEA. No entran.
  • Comprar en IKEA tiene sus inconvenientes.
  • El chiste aquel de «¿Cómo se llaman las mujeres bonitas de Londres? -Turistas» no es del todo cierto.
  • Sainsbury’s vende una versión económica de todo lo que compraba para comer cuando estaba en Venezuela.
  • Jimmy Page es un tipo simpático. Billy Gibbons también lo es.
  • No es prudente mezclar cerveza con tequila. No con mi tamaño.
  • ¿Hay algo más difícil que hablar con un inglés que tiene acento de escocés del norte? Sí, que ese mismo inglés además sea TARTAMUDO.
  • ¿Existe algo más incómodo que hablar con un inglés que tiene acento de escocés del norte pero que además es tartamudo? Si, tener que hacerlo todas las mañanas porque toman el mismo autobús y coinciden la mayoría de las veces.
  • El pimentón rojo sabe de puta madre. Ahora compro de a tres y a veces me los como crudos.
  • Me hace ilusión caminar por las mismas calles que caminaron los músicos que grabaron varios de mis discos favoritos. El sentimiento se potencia cuando los escuchas mientras caminas por la ciudad.
  • No me molesta tanto ir al supermercado y cocino mejor de lo que pensaba. Una vez más, esto demuestra que mis expectativas en general no son muy altas.
  • La Policía parece estar en eterna emergencia y sus patrullas NUNCA van a menos de 60 Km/h, no importa la hora o el lugar.
  • Existen regaderas con apariencia de aspiradoras. Cuando ves una por primera vez puede llegar a confundir un poco, sobre todo si el interruptor que la enciende está a un metro del aparato, disfrazado de otra cosa.

  • Adidas está diseñando mejores zapatos que Nike últimamente. Ni siquiera en la Nike Store de Oxford Street he conseguido algún par que me guste.
  • En los festivales, mujer que aparece en las pantallas gigantes es mujer que tiene la obligación de mostrar las tetas.
  • No es bueno hacerle muecas a los niños pequeños porque inmediatamente las replican y  eso a los padres no les gusta. Es inapropiado y ordinario.
  • Cuando me pongo esta camiseta me siento como Gianna Michaels: todo el mundo me mira al pecho y sonríe con cara de gusto.

  • Las salsas para pasta que venden en el supermercado son TODAS una mierda.
  • En Belvedere Road hay un pub y una de las bartenders es sueca. Y está buenísima.
  • Los heladeros que pasean por la calle no tienen la canción clásica de Tío Rico sino «O’ Sole Mío».
  • Las señoras mayores no están acostumbradas a que les cedan el puesto en el Metro. Cuando lo hago, me miran como si fuera un unicornio.
  • No he leído muchos libros de rock pero estoy seguro que el mejor de ellos se llama «Apathy For The Devil» y es de Nick Kent. Apenas voy por la mitad y dudo que haya otro libro que pueda superarlo.
  • En el Reino Unido hay gente muy estúpida, como este carajo.
  • Me gusta pasar frente a Battersea Power Station.

  • En Whitechapel Road, al lado de la estación de Aldgate East, hay un pequeño café y la camarera también está muy buena. Creo que es rusa.
  • Cada vez que como en cualquiera de los chinos de 3 libras que están en Camden Town, nunca quedo contento. Prometo no volver a comprarles y el fin de semana siguiente, regreso y como de nuevo. Es que 3 libras es muy barato.
  • Bajo ninguna circunstancia se suben las escaleras de la estación de Covent Garden. Hay que esperar el ascensor, demore lo que demore.
  • Las toallas cuando están nuevas no absorben el agua, la riegan.
  • En Londres no hay problema si compras algo por internet y luego no estás en casa para recibirlo: el señor que hace el delivery sencillamente deja el paquete frente a la puerta y cuando regresas lo encuentras. Intacto.

Gracias, Londres. So far, so good.